* Nota publicada en La Voz del Pueblo el 10 de septiembre de 2008. Hugo Buus falleció el 10 de julio de 2018
En varios de los campos cercanos no se ve ni una sola pata. Y no es de extrañarse: Es el Cuartel XV de Tres Arroyos, en las orillas de Orense, tierras 100% agrícolas. Se sabe, vivimos tiempos en los que los números de la ganadería ni sombra le hacen a los de los granos y cada vez hay más productores que deciden llevarse las vacas a campos marginales para liberar superficie sembrable. Pero en La Segunda se escribe otra historia, bien distinta a la actualidad de muchas de las explotaciones de la zona.
En La Segunda todavía mandan los vacunos, los negros. Es más, hasta hace algunas semanas, las 1100 hectáreas que conforman el establecimiento eran habitadas por 2100 cabezas. Casi dos animales por hectárea, lo que da la pauta de la calidad del campo en el que se cría la hacienda. “En casa no existe la competencia entre la agricultura y la ganadería. Los potreros son para los animales, que se crían a campo. Y son muy buenos potreros”, dice con naturalidad Hugo Buus, ganadero de toda la vida y quien desde 1988 dirige los destinos de la cabaña que fundó su abuelo allá por 1946.
Pasto
Lo de don Hugo no es verso: en las 1100 hectáreas apenas cultivó 160 hectáreas de trigo, y en lo que es gruesa hará 100 de girasol y 160 de maíz. Estas últimas, obviamente, para dárselas a la hacienda. El resto, pasturas. Puede sonar loco, pero a Buus le sobra cordura: la natural crianza que les dé a sus animales es uno de los secretos de su éxito como hacedor de reproductores.

“Nuestros toros están en el campo desde que nacen hasta unos meses antes del remate, que los encerramos para prepararlos. Pero el suplemento que les damos es a base de maíz picado, entonces el día que dejan de comer esa ración van al potrero y no extrañas, es como si hubieran estado comiendo pasto”, explica el cabañero. “El toro que come alimento balanceado no rumia, entonces cuando lo largás al campo necesita tiempo para adaptarse y pierde peso y rendimiento”, completa Hugo.
Teniendo en cuenta que la ganadería habita cada vez tierras más marginales, lo que cuenta Buus no es un detalle menor. “Es fundamental producir un toro rústico en todo sentido, también en lo alimenticio, que se pueda defender en la adversidad, y que sea funcional. Un toro de La Segunda puede servir a unas 50 vacas”, dice.
A la hora de elegir una de las virtudes de sus animales, el cabañero remarca la recuperación: “Al toro lo echás a un rodeo el 1° de octubre, los tenés 45 días dando servicio, lo sacás y con 20 días que lo dejés en el campo le alcanza para volver a engordar. Son animales de muy buena conversión”.
Prueba de esa rápida recuperación y adaptación a ambientes adversos, es que Buus tenga muchísimos clientes de zonas muy marginales, como ser Mendoza, San Luis, el sur de la provincia de Buenos Aires y Paraguay. Inclusive, en 2007, varios toros de La Segunda fueron adquiridos por ganaderos de las islas entrerrianas.
Todos los años, Buus cría unos 220 toros, de los cuales entre 140 y 150 se venden en el tradicional remate anual que realiza la cabaña en el predio de la Sociedad Rural de Tres Arroyos desde hace 43 años en forma ininterrumpida. Y alrededor de 70 se comercializan en forma particular.
Otra de las particularidades de la cabaña es la oferta de toros puros de pedigree, que por lo general representan un 40% de la torada. El pedigree de Buus tiene la misma crianza que el puro controlado, es decir, está preparado para todo.
El rodeo de madres de La Segunda está compuesto por unas 700 cabezas y hoy es una de las cabañas que más vientres de pedigree tiene. “Si bien realizamos transplantes embrionarios, nuestro fuerte es la producción natural, directa, de toro a vaca”, aclara.
Bondades de la crianza al margen, la perseverancia en la selección es el otro punto fuerte de La Segunda. “Estamos haciendo un animal que es el que busca el mercado. Es un toro intermedio, que sirve para hacer novillo pesado o de consumo, incluso terneros para engorde, que sean rápidos en terminar. Es de muy buen cuarto, con buena circunferencia escrotal, ni demasiado largo ni excesivamente corto, con muy buena panza, para tener buen rumen y así transformar el pasto en carne”, describe.

Y agrega: “Hacemos mucho hincapié en el tema de la fertilidad, es importante tener 100 vacas y por lo menos que 99 nos den un ternero. Nosotros andamos en 91 o 92% de preñez. Y la vaca que no sale preñada se carga como gordo, no vuelve al circuito”.
Desde los ‘80, La Segunda trabaja con el programa del ERA (Evaluación de Reproductores Angus), saca los DEP’s (diferencia esperada entre progenies) de nacimiento, de destete y de los 18 meses, cuando se mide la circunferencia escrotal y se hace la ecografía para ver el área de ojo de bife y grasa. “Eso es muy importante para saber qué tipo de animal uno está vendiendo. El toro que da muy poca área ojo de bife hay que tratar de no tenerlo. Tampoco hay que irse del otro lado, porque el que lo tiene muy grande generalmente dará un novillo grande, que tarda mucho en terminarse”.
Buus les da el mejor campo a sus animales, y también trabaja con tecnología de punta. Así le cierra el círculo y en su caso, la agricultura no le compite a la ganadería. Aunque eso no quita que Hugo entienda la situación del criador y del invernador. “Aplicándole la misma tecnología que usa la agricultura, la ganadería sería buen negocio, ocurre que como tenemos frenados los precios, y debemos regalar la producción, la actividad no sirve”, analiza. Al tiempo que admite que todavía no puede entender lo que hace el Gobierno. “Hace cinco años atrás yo creía que en este momento íbamos a ser los principales proveedores de carne del mundo… Pero acá dicen que hacen políticas para darle de comer a la gente y en la carnicería el kilo de carne cuesta cinco veces más que lo que se le paga al productor. Esto alguna vez tendrá que cambiar”, dice con bronca, aunque sin perder su mansedumbre. Hugo tiene 66 años y hace muchísimo tiempo ya que entendió que los gobiernos pasan y las vacas quedan.
El comienzo
Si bien La Segunda comenzó a producir toros en 1946, la piedra fundamental de la cabaña fue puesta en 1935, año en que el abuelo y el padre de Hugo compraron las primeras madres. “Las vacas las trajeron de Tandil, se las compraron a Ceferino Pedersen, el Rey de las Negras. A partir de ese momento se fue seleccionando y dejando toros”, comenta.
Al poco tiempo de nacida la cabaña, la familia Buus iba a empezar a demostrar que la innovación estaba en su esencia. En 1951, Enrique -padre de Hugo- compró vacas de pedigree, contrató a un cabañero de Santamarina y también adquirió en una exposición de Azul al primer padre de pedigree. Eran épocas en que el servicio de las vacas se hacía a corral. Hasta que en 1953 el establecimiento dio el primer gran salto tecnológico. De la mano de un dinamarqués, La Segunda incorporó la inseminación artificial.
“El hombre era un danés que había estado trabajando en tambos de Brandsen y Cañuelas, pero que por el tema del idioma, nunca se adaptó. Entonces se contactó con papá y le planteó la idea de trabajar en la cabaña. A papá le gustó la idea y comenzamos a inseminar”, recuerda Buus. Hasta ese entonces no había noticias sobre una cabaña de Angus que practicara la inseminación.
Los toros padres los fueron comprando en Palermo y también recibieron una mano grande de César Carman, propietario de Tierra Gaucha, quien más de una vez les dio toros en comodato. “A veces tenía reproductores que no funcionaban a campo, pero sí en inseminación, entonces nos los alquilaba”.

En 1972, la cabaña pegó otro salto de calidad productiva: empezó a congelar semen. “Mi hermano aprendió a congelar y comenzamos a hacer las pastillas en casa. Así empezamos a venderlas y nos transformamos en uno de los primeros centros de venta de semen”, recuerda Hugo. La pastilla luego le dio paso a la pajuela -método que se utiliza en la actualidad- y tras formar sociedad con un productor local y luego con el centro La Legua, los Buus decidieron bajarse del negocio del centro genético propio. En 1978 iniciaron la relación con el Ciado (Centro de Inseminación del Sudoeste), de Darragueira, centro genético que hoy tiene siete toros de La Segunda.
En lo que fue otro avance tecnológico, en 2002 Hugo adquirió un tomógrafo para poder conocer toda la información y determinar la aptitud carnicera de los animales que está produciendo. Y si bien hoy ya se ha convertido en una práctica común, en su momento significó una verdadera revolución. Tan es así que el país apenas había cuatro veterinarios habilitados por la Asociación Argentina de Angus para realizar los estudios, dos de los cuales son de esta zona y trabajan con el tomógrafo de Buus: Miguel Fernández y Jorge Ferrario.
Toros en alquiler
Otra de las cosas que diferencia a La Segunda de otras cabañas es que además de vender toros, los alquila para dar servicio. Negocio curioso, es cierto, pero que da muy buenos resultados. El principal cliente que tiene Hugo Buus en esa modalidad es un productor de Pedro Luro, algo que marca también que sus toros se adaptan a las zonas más marginales.
“Hace unos cinco años que me alquila toros. Los viene a buscar los primeros días de noviembre y me los devuelve entre fines de febrero y principios de marzo”, relata el cabañero.

Para Buus el negocio es muy bueno. Porque además de que de renta cobra casi lo mismo que una venta, una vez que les devuelven los toros, Hugo los engorda y los vende. “Todos los años, entre junio y julio, cargo dos o tres jaulas con esos toros que alquilé”, cuenta.
El productor que alquila toros lo hace por falta de espacio, o porque tiene campos que necesitan muchos reproductores y que por las características (montes, médanos) le es imposible mantenerlos bien durante el año. “Entonces los alquila, paga casi como si lo comprara, hace todo el servicio y los manda de vuelta flacos”, agrega.
En su permanente búsqueda por evolucionar, Hugo viaja todos los años a Estados Unidos y recorre distintas cabañas de negros para bucear si hay alguna nueva genética para incorporar a su rodeo.
Así es Buus, un apasionado de lo que hace. Por eso es común verlo en la manga poniendo caravanas y controlando a cada animal. “¿Si es dura la vida de la cabaña? No, yo tengo cuatro empleados y contamos con todo el sistema bien aceitado”, dice. Es tiempo de despedirse, Hugo tiene que volver al campo porque está por llegar el camión del Ciado para cargar unos toros. “Los estábamos preparando para el remate, pero a los del centro les gustaron y se los quisieron llevar”, cuenta el cabañero, ya curtido en esto de que le saquen la hacienda de las manos.