Daniel Alonso lleva cinco décadas como empleado de la tradicional consignataria y si bien el viernes cumplió 65 años, todavía no piensa en el retiro. “Acá estoy muy cómodo y quiero seguir. A mí me gusta esto”, dice. Un lindo recorrido por la vida del gerente de una de las firmas emblemáticas de la ganadería regional
Fue en enero de 1971 que ingresó como cadete a La Agrícola Ganadera de Tres Arroyos. Apenas tenía 14 años, la primaria completa, y un año de experiencia en el Instituto Clerch, donde aprendió a escribir a máquina y algo de mecanografía. Currículum suficiente para lo que estaba buscando la consignataria. Y Daniel tenía un plus: era el hijo de Mariano Alonso, el dueño de la carnicería Cabeza de Vaca en la esquina de San Lorenzo y Las Heras, en el Barrio Corea, y habitual cliente de la firma.
En enero de 2022 se cumplieron 50 años de aquella oportunidad que le dieron a Daniel Alonso en La Agrícola Ganadera y que él, pese a ser un pibito, no la dejó escapar. “Mi viejo siempre me dijo que había que cuidar el trabajo, la plata y ser responsable”, recuerda. “Acá también me enseñaron valores, además de lo que es el trabajo”, agrega desnudando una de sus principales características: es un tipo agradecido.
“Soy lo que soy y tengo lo que tengo gracias a La Agrícola”, dice. “Esta es mi segunda casa”, asegura y aclara que no es una frase hecha, es un sentimiento verdadero. Daniel el viernes cumplió 65 años, 50 de los cuales los vivió como integrante de la tradicional consignataria, y si bien realizará los trámites para jubilarse, no pasa por su cabeza hoy el retiro. Le pesa el sentido de pertenencia al gerente: en cuatro años la firma llegará al centenario y él quiere ser testigo activo del momento.
– ¿Hay clientes todavía de cuándo empezaste?
– Deben quedar dos o tres que estaban arrancando como productores cuando yo entré. Sí hay muchos descendientes de los clientes que había en esa época.
– ¿Qué hacías en los primeros años?
– Arranqué como todos los chicos en esos tiempos, como cadete. Lo primero que tenía que hacer todos los días era buscar la correspondencia, iba al correo a revisar la casilla. Después a eso le sumé los trámites en los bancos, hasta que en un momento por el fallecimiento de un compañero, me empecé a hacer cargo de la caja. Así fue que con el apuntalamiento de Carlos Uzcudún quedé fijo en esa tarea.
– Eran tiempos muy distintos, había más productores que tenían vacas, se hacían más remates.
– Sí, en aquellos años teníamos un remate por mes en Orense, en Indio Rico y acá en Tres Arroyos. Y tenías que hablar, como mínimo, de 800 cabezas. En el caso de las ovejas, sobre todo en Indio Rico, de 3.000 o 4.000. Acá había más de 50 carniceros que compraban todos los días y a la noche tenías que llevar los certificados de compra al matadero para que pudieran faenar a la otra mañana. Y se hacían a máquina, por eso los agentes de la municipalidad y el Senasa tenían que venir a la oficina. Son etapas que van pasando.
– ¿Te costó adaptarte a los cambios que ha tenido la comercialización de hacienda de la mano del avance tecnológico?
– No, fuimos aprendiendo a trabajar con todo lo nuevo. Los chicos jóvenes que entran ahora nos ayudan un montón porque han estudiado, han hecho otro tipo de cosas. Yo creo que la tecnología siempre cambia las cosas para bien. Y lo que ha pasado con la incorporación del streaming y los remates televisados, me parece que llegaron para quedarse, y que son de mucha utilidad.
Daniel cuenta que en los últimos años disminuyó la carga del trabajo administrativo, “porque muchos productores chicos desaparecieron, porque la computación simplificó la operatoria y por a las nuevas generaciones no les gusta mucho la hacienda”. Pero al mismo tiempo, se incrementó el volumen de información relacionada con lo impositivo. “Todos los días tenemos un montón de trabajo que nos demanda la AFIP porque somos agentes de retención. Entones, la tarea se alivianó por un lado, pero se recargó por el otro”.
San Lorenzo
Daniel sigue viviendo en el Barrio Corea, sobre la calle San Lorenzo, a pocas cuadras de la esquina de la carnicería de su papá y de la casa en la que se crió cuando llegó de Oriente a los cinco años. “Pude hacerme la casa en el barrio, porque como me había aconsejado mi papá, en los primeros años en La Agrícola pedí un crédito en el Banco Comercial y de a poco empecé a construir”, recuerda.
Desde hace 30 años comparte la vida con María del Carmen, quien muchas veces le pregunta por qué se va tan temprano a la mañana. “Lo que pasa es que me gusta lo que hago, no me cuesta levantarme, y me gusta ir más temprano que el horario que corresponde para organizar lo que hay que hacer”, cuenta.
“¿Si alguna vez pensé en irme de La Agrícola? No, nunca. Siempre me sentí muy cómodo, con el directorio, con mis compañeros. Se trabaja muy bien acá, nunca hubo problemas”, dice. Claro que reconoce que nunca se hubiera imaginado aquel enero de 1971 que 50 años después iba a seguir trabajando en la consignataria. “Se dio así y uno es agradecido de eso. Acá no sólo aprendí a trabajar, me enseñaron a ser correcto en la vida”.
En el cierre, y como una síntesis de lo que ha sido su compromiso con la consignataria, Daniel dice: “Uno siempre lo que trató y trata es de cuidar la imagen de La Agrícola. Eso es lo principal”.