Un recorrido por la rica vida productiva y comunitaria de este porteño que llegó al campo sin saber nada producción y se ganó merecidamente el reconocimiento como Agricultor Pionero. Su intervención en la lucha contra la aftosa, en la evolución del Instituto Almafuerte, en la autonomía del Ente Vial, en la consolidación de la Cooperativa Alfa y en la conformación de una empresa familiar modelo desde su establecimiento ubicado entre Copetonas y Reta
Por Juan Berretta
“Ahí viene el preguntón del barrio”, recuerda con humor que sus amigos y vecinos de los campos de Copetonas le decían cuando llegaba a alguna reunión. No era despectivo el apodo, era 100% descriptivo. Pablo Lebeck, el protagonista de esta historia, se hizo productor agropecuario produciendo y en ese proceso de formación, ayudada por un año en la Escuela Agrícola San Francisco de Bellocq fueron clave su curiosidad, sus ganas de aprender y su permanente vocación de innovar.
De modo que era común que una visita a un establecimiento vecino terminará convirtiéndose en un interrogatorio productivo, que se daba gracias a la buena predisposición y a la generosidad de quienes eran acorralados a preguntas por este porteño de nacimiento y tresarroyense por adopción.
En más de una hora de charla en el agradable living de su casa de la calle Olavarría, Pablo agradecerá a todos los que aportaron para que él se convirtiera en un productor modelo. Porque si fue muy preguntón, más lo es agradecido. En cada recuerdo, en la descripción de todo paso productivo, siempre hay un nombre y apellido al que Lebeck trae a superficie.
Pero hay que volver a las preguntas para encontrar la razón por la que Pablo, criado en Olivos, en la zona norte del conurbano bonaerense, se relacionó con el campo y con Tres Arroyos. Y el origen de todo fue una pregunta. No la hizo él sino su padre, a quien por razones de salud le habían recomendado cambiar su actividad, era representante de una empresa noruega exportadora de lana, un rubro muy estresante por las variaciones del mercado, y le preguntó a Holger Finneman, uno de sus clientes de esta región con quien ya había construido una amistad a partir de las visitas que hacía buscando ropa y elementos para enviar a Dinamarca durante la Segunda Guerra Mundial, si no sabía de algún campo que estuviera en venta. “Yo vendo el mío”, le contestó. Así Henrik Lebeck desembarcó en Tres Montes, el campo de 800 hectáreas ubicado entre Copetonas y Reta.
Ese mismo verano Pablo, todavía un estudiante secundario, ayudó con la cosecha y empezó a descubrir el mundo que más tarde abrazaría con pasión.
Química con el campo
Hijo del matrimonio conformado por Henrik y Maren Maegaard (odontóloga recibida en Copenhagen), los dos daneses pero que se conocieron en Buenos Aires,
Pablo nació el 14 de septiembre de 1933 en el Hospital Alemán de Barrio Norte, en la Capital Federal. Se crío y transcurrió su adolescencia en Olivos y se educó en el prestigioso colegio San Andrés, de origen escocés, en el que en 1952 se recibió de bachiller. Además del título, se llevó el amor por el rugby, el absoluto dominio del inglés y una inclinación para continuar una carrera relacionada con la química. Nada más alejado del camino que terminó recorriendo.
A fines de 1949 su padre había comprado Tres Montes y en el verano de 1950 Pablo hizo su primer viaje a Copetonas. “Fue en tren del entonces F.C. Sud desde Plaza Constitución, en un camarote dormitorio, como se estilaba entonces”, recuerda. “Un acontecimiento cuasi social pues muchos pobladores concurrían a la estación por una cuestión u otra o simplemente a curiosear. De ahí en Ford A al campo”.
Después de trabajar en las cosechas de los veranos del 50, 51,52, tras el cierre de la trilla del 53 no volvió a Olivos. “Ya bachiller, me interné en la Escuela Agrícola San Francisco de Bellocq para un curso anual relacionado al trabajo de campo, su director era el botánico noruego Gunnar Weiseth”, cuenta Pablo.
Bodil, su hermana, tres años menor, no se vio tentada por la vida rural y una vez que terminó el secundario emigró a Dinamarca donde todavía hoy reside.
“De jugar al rugby pasé al handball, uno de los deportes favoritos de la zona. En el equipo femenino de la escuela jugaba Riet Groenenberg, vecina de la Colonia Claromecó. Fue amor a primera vista…”.
El año 1954 fue de un impasse obligado en la relación presencial con el Riet y con el campo. “Tuve que hacer el servicio militar y en enero ingresé al ejército como soldado conscripto en la Escuela Superior Técnica, en Capital Federal. Me desempeñé como oficinista y traductor de inglés de los manuales de los vehículos que el ejército trajo de la Segunda Guerra Mundial”, cuenta.
En noviembre le dieron la baja y volvió a Tres Montes a trabajar. En el inicio de 1955, en plena cosecha, el padre (54 años) se enfermó y en marzo falleció. Así fue que con apenas 22 años y casi sin experiencia, Pablo tuvo que se hacerse cargo del establecimiento.
“En esos difíciles primeros años mi madre y yo fuimos ayudados muchísimo por Finneman, quien le había vendido el campo a papá, y en la emergencia actuó como apoderado de la sucesión. Venía todas las semanas a ver qué estábamos haciendo y a orientarnos”, dice. “También colaboraron con nosotros los vecinos, que eran muy comunicativos”.
“Cuando recibimos el campo, la mayoría de los trabajos se realizaban con caballos, por eso teníamos que sembrar mucha avena para alimentarlos. Pero justo mi padre antes de enfermarse compró un tractor y lo empecé a usar yo. Me adapté bien, aprendí todas las tareas”, agrega.
Un año después, en marzo de 1956, Pablo y Riet se casaron y se instalaron en Tres Montes, que fue el hogar de la familia hasta que tiempo después, con la llegada de Enrique, Ana María y Andrés, los tres hijos del matrimonio que durante sus primeros años fueron internados en el Colegio Holandés, decidieron construir la casa de la calle Olavarría.
Expansión y vacas
Volviendo a aquellos primero tiempos, en 1959, los Lebeck compraron Calen, un campo cercano y duplicaron la superficie, que se empleaba un 60% con agricultura y un 40% con ganadería.
“Hasta 1961 nuestra actividad ganadera se basaba casi exclusivamente en el lanar con una majada Lincoln, que producía principalmente lana gruesa y en menor grado carne. Con el advenimiento de la fibra sintética y la aplicación de impuestos y diferencias cambiarías a la exportación, la oveja dejó de ser rentable y liquidamos la majada”, explica Pablo.
Ese fue el punto de inflexión en la explotación ganadera. “Durante los años siguientes incorporamos campos heredados por Riet, cambiamos la figura jurídica a La Costera S.A. y Lebeck S.A.; se compraron y arrendaron algunas parcelas, inclusive de médanos”.
Criado en la ciudad, los conocimientos ganaderos de Pablo eran muy limitados. “Entonces entró a jugar el factor suerte y las amistades”, reconoce. Su vecino y muy buen amigo era Quico Skou, un eximio conocedor de Aberdeen Angus y quien dirigía la cabaña La Verbena de Copetonas.
“Su desempeño era muy bueno, entre tantas cucardas logró el único triple Gran Campeón Macho de la raza en la Exposición de Palermo entre los años 1976 y 1978. El toro Gran Sureño”.
Por la influencia de su amigo, Pablo se inclinó por Angus, “dada su fertilidad, facilidad de parición y por ese entonces única raza de carne sin cuernos”, explica. “Entre los asesores de Quico estaba el doctor Robert Long, de la Universidad de Purdue, cuyos consejos eran tan convincentes como la de producir el tipo de animal demandado por los frigoríficos”, indica.
Motivo que justificaba empezar a comprar vientres y reproductores mayormente en la tradicional cabaña copetonense, pionera en publicar los índices de crecimiento de sus animales. “Gran parte de nuestra actual genética se origina en los Angus de La Verbena”, asegura Pablo.
“Quiero destacar la gran ayudada brindada en esos tiempos por Heriberto Strassburger, que me enseñó en el corral lo bueno y lo malo de un rodeo. Con él hicimos muchos y buenos negocios tanto de compra como de venta”, dice agradecido.
Ese proceso se dio en forma simultánea a la implementación del Plan Balcarce del INTA Balcarce, “el mejor programa ganadero impulsado por un gobierno, y a partir del que empezamos con la fertilización y con el asesoramiento. Era fantástico porque te enseñaban, te mandaban un ingeniero a tu casa, te daban créditos para pasturas, para comprar animales de calidad y te hacían un seguimiento para que cumplieras los objetivos”, cuenta.
La innovación es un componente de la sangre de Pablo, y prueba de eso fue la decisión de comenzar a entorar las terneras a los 15 meses. “En esos tiempos se les daba servicio a los 27 meses, luego debido a la mejora en la alimentación comenzamos a hacerlo a los 15. El ingeniero Daniel Casanova del INTA Balcarce condujo un experimento muy didáctico y oportuno. Con un lote de unas 150 hembras, mitad con servicio de 27 meses, la otra mitad con 15 meses, y no se percibió diferencia en el índice de parición”, cuenta.
“La única diferencia es que al segundo servicio las hembras de 15 meses lograban una preñez un poco menor. Insignificante ante la opción de tener las terneras sin entrar en producción hasta los 27 meses. El desafío era mejorar la nutrición del rodeo”, agrega.
La selección de Lebeck
Seleccionar las hembras para integrar el rodeo resultó sencillo. “La fertilidad y la precocidad es hereditaria. Con el servicio estabilizado en el tiempo simplemente elegíamos las hembras por su tamaño. Las más grandes lo eran porque sus madres se habían preñado rápidamente o porque eran más precoces. La báscula decidía”, describe.
El segundo filtro se produce al destete, ternera que abortara o perdía su cría, se vendía sin contemplación. Esto y un examen visual, define el destino del animal. “Luego de 40 años de esta estricta selección, al resultado lo podemos apreciar hoy con prácticamente todos los animales aprobados por el inspector de Aberdeen Angus y en el resultado de las ventas”, plantea Pablo.
CREA Cascallares
Otro de los quiebres en la vida productiva de Pablo Lebeck fue la incorporación al grupo CREA Cascallares. “Nos asociamos en 1968 y eso se tradujo en un curso muy acelerado en agricultura y ganadería. Es la mejor universidad que existe para el productor con espíritu de mejorar su empresa. Es un sistema donde todos aprenden, incluidos los profesionales involucrados”, asegura.
“Nuestro primer asesor y durante 12 años fue el ingeniero Ernesto Friederichs, seguido por el ingeniero José Borghetti otros tantos años. Esas relaciones trajeron profundos beneficios de amistad y conocimientos a nuestra empresa”.
Pablo fue presidente del CREA Cascallares e integraba el CAR Mar y Sierras, conformado por todos los grupos del sur de la provincia. “En esos intercambios hice muchos amigos y sobre todo aprendí muchísimo. Yo no sabía nada, y había productores e ingenieros de vanguardia, muy adelantados, y que eran muy didácticos. Eso permitía llevar adelante las innovaciones en nuestro campo”.
Siembra directa
Con su decisión de estar siempre en la vanguardia y su ausencia de prejuicios agronómicos “por venir de la ciudad”, a Pablo no le tembló el pulso en el amanecer de los 2.000 para adoptar la siembra directa. “Considero que fue el cambio más fundamental en la producción. No me costó la adopción porque siempre estuve abierto a lo que surgiera. Me interesaba implementar todo lo que sonara lógico y además me gustaba mucho leer”.
A eso se le sumaron la llegada de los híbridos de maíces, y antes de girasoles “que permitieron que se pudiera hacer cultivos de gruesa en nuestra zona. Empezamos a cosechar 5.000 o 7.000 kilos de maíz, algo que ni siquiera había soñado”, explica.
Después de tanto camino recorrido, como una estación más del itinerario fue surgiendo la incorporación de los hijos al trabajo activo de la empresa. No sólo que no se trató de una situación conflictiva, sino que sirvió para potenciar todo lo bueno hecho hasta el momento por Pablo.
“Tenemos la suerte de que nuestros hijos estén trabajando con nosotros y hemos conformado un gran equipo. Ana María se ocupa de la administración, Enrique de la agricultura y Andrés de la ganadería. Hace unos 20 años comencé a delegar y desde hace 10 años no tomo más decisiones, sólo funciono junta a mi señora como ‘consultores no vinculantes’, cuenta con satisfacción.
“A los tres les gustó seguir con el campo, yo nunca los obligué a nada”, agrega.
Rústicos
Una vez que Andrés comenzó a dedicarse exclusivamente de la pata ganadera de la empresa se produce otro quiebre productivo. “Es el momento en que nos vinculamos a Rústicos, a cargo de nuestro amigo de muchos años, Sergio Amuchategui. El, junto a Juan García y Francisco Franganillo, son los que asesoran a Andrés y que han conformado un equipo formidable con nuestro personal y mi nieto Juan, a quienes cariñosamente llamamos ‘Los Vaqueros’”, cuenta Pablo.
El primer mojón en la relación Lebeck – Rústicos fue en septiembre de 2007, cuando Amuchategui organizó el remate inicial del proyecto, que con el paso de los años se transformaría en uno de los eventos más reconocidos del país por la calidad genética que comercializa. Los Lebeck participaron como criadores invitados con un grupo de terneras.
Hoy un vientre marca Lebeck ya es conocido a nivel país, producto del trabajo que “Los Vaqueros” han venido llevado adelante desde entonces.
En 2016, ya estando retirado de la vida activa como productor, Pablo fue distinguido como Agricultor Pionero en el marco de la Fiesta Provincial del Trigo. “Fue un reconocimiento que me generó satisfacción y felicidad, pero realmente no sé si fue algo merecido”, dice.
El testimonio y los recuerdos que nutren esta nota despejan cualquier duda: más que merecida estuvo su elección.
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De puño y letra: el Instituto Almafuerte, la Cooperativa Alfa y el Ente Vial
Nuestra mayor falencia como país es la falta de educación, principal responsable de nuestro atraso y condicionante de nuestro futuro. En ese contexto, mi mayor satisfacción ha sido mi trabajo en apoyo del Instituto Almafuerte de Copetonas.
En 1962 un grupo de vecinos comenzó con su creación y en 1963 se inauguró el primer año, orientación comercial. Este mismo año me designaron presidente de la cooperadora. Pudimos avanzar gracias al aporte de todos, especialmente de los docentes que en los años iniciales trabajaron total o parcialmente ad honoren.
Dependíamos del Servicio Nacional de Enseñanza Privada (SNEP), que comenzaba pagando el 70% de los salarios a partir del segundo año de funcionamiento del curso. Así fue como se iniciaron los primeros tres años.
Al principio el Instituto funcionó en la Escuela 25 de Copetonas. En 1968, con el aporte de los vecinos, se compró el edificio propio, hoy agrandado a su actual estructura.
En 1972 se produce el egreso de la primera promoción de peritos mercantiles.
Luego de arduas entrevistas, finalmente se consigue del SNEP el pago del 100% de los salarios más sus cargas sociales. Hoy asesoran a mis hijos en temas agropecuarios tres ex alumnos del ISA. Misión cumplida.
La Cooperativa Rural Alfa
Mi relación con la Cooperativa Rural Alfa comenzó en los años 80 y en 1983 fui electo para integrar el Consejo de Administración, cargo del cual me retiré en 2003.
Habituado a administrar un bien propio, pasar a ser parte de la administración de un bien de los socios es un cambio de responsabilidad que hay que asimilar prontamente. Sobre todo siempre hay que tener en cuenta que se está manejando el dinero de terceros. Esto exige un consensuado trabajo de equipo, y aunque antipático, control de las cuentas y manejo estricto de los bienes.
El Consejo siempre se manejó a puertas abiertas, estimulando la participación de jóvenes y con frecuentes y concurridas reuniones de socios.
Mayormente tuvimos viento a favor a pesar de las políticas perjudiciales para el campo. Hoy podemos ver como Alfa evoluciona en la buena senda luego de un muy modesto pero visionario comienzo en 1938.
De la Cooperativa tengo muy lindos recuerdos y la satisfacción de haber hecho muy buenos amigos.
El Ente Vial Rural
En 1973 fui electo concejal municipal por Nueva Fuerza junto con Torkild Rybner. Eramos un bloque chiquito y de principiantes, lo que nos demandó tiempo por lo que ambos abandonamos otras actividades, salvo las relativas al campo.
En 1993 volví al Concejo Deliberante, esta vez al bloque unipersonal de la UCD. Los primeros dos años con el intendente doctor Fernando Ricci y luego con el ingeniero Carlos Aprile. Fue todo un desafío pues en ocasiones resulté ser el edil que inclinaba la balanza.
El mejor recuerdo que tengo fue la creación del Ente Vial Rural autónomo en cuyo proyecto trabaje con mis entonces colegas concejales Carlos Aprile y Carlos Sánchez.
Mi paso por la política lo viví con mucha pasión, era algo que me gustaba y lo hice por vocación. Es algo que llevo en la sangre: uno de mis abuelos fue diputado en el Congreso de Dinamarca.
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La Comisión Local de Lucha contra la fiebre aftosa
En 1963 a partir de la fundación de la Comisión Local de Lucha contra la fiebre aftosa (CANEFA) se introduce la vacunación obligatoria y la libreta sanitaria. Participaban del ente Víctor Aizpurúa, presidente de la Sociedad Rural, y Pablo Lebeck en representación de las cooperativas del partido.
“Toda la gestión era de índole privada supervisada por la Comisión y los primeros años administrada por la Sociedad Rural. El productor compraba sus vacunas y las aplicaba con su veterinario. Se asentaba en la libreta, algo indispensable para mover y comercializar la hacienda”.
Luego CANEFA fue sustituido por SELSA y se comenzó a contratar veterinarios para un mejor control de la campaña. “Con la introducción de la vacuna oleosa aplicada cada seis meses a partir del 1987 se consiguió un muy elevado nivel de inmunización. Es la vacuna que con sus variantes de cepa se utiliza hoy”.
En 2000 SENASA se hace cargo de todo y con la misión cumplida, la Comisión local queda disuelta.