Vizzolini fue sinónimo de fideos hasta mediados de la década del 90, cuando la familia decidió vender la fábrica. Federico, nieto del fundador de la firma, apostó fuerte por un proyecto ganadero y hoy el apellido se asocia a animales de calidad. En 2022 la cabaña Arandú pisó fuerte en las tres exposiciones más importantes de Angus y terminó de consolidarse como una marca reconocida a nivel país
Hay cosas que el dinero no puede comprar…
Para las empresas ganaderas, 2022 fue muy malo desde lo comercial producto de la deflación que ha tenido la carne en un año en que la inflación fue del 100%. La firma Arandú S.A. no escapó a ese paisaje general de la actividad, sin embargo a Federico Vizzolini el balance le da en verde, o mejor dicho, le da orgullo.
La cabaña que fundó hace ocho años como una pata para darle valor agregado al proyecto ganadero que viene moldeando desde hace casi dos décadas tuvo una temporada consagratoria en las pistas más importantes del país y se consolidó como una marca reconocida en el planeta Angus.
“Yo siento orgullo por lo que hemos logrado hasta ahora, y sé que mi papá estaría orgulloso también. Porque así como él logró instalar a nivel país una marca, nosotros empezamos a recorrer el camino para hacerlo en una actividad totalmente distinta”, explica Federico.
Pasta de candeal
Hasta mediados de la década del 90, el apellido Vizzolini fue sinónimo de pastas. Fue Luis, el abuelo de Federico, quien en los inicios del siglo pasado fundó junto a sus hermanos la fábrica que lograría trascender las fronteras de Tres Arroyos primero y de la provincia de Buenos Aires después, para instalarse en todo el país. El inicio como una industria elaboradora de pastas frescas, el agregado de las pastas secas y la visión comercial y empresarial de Alberto, hijo de Luis y papá de Federico, llegó a posicionar a Vizzolini como la tercera marca de pastas de trigo candeal a nivel país.
Hasta que en los 90, en otra demostración de su visión comercial, Alberto entendió que había que bajarse de ese tren antes de que descarrilara por las nuevas reglas de juego que imponía el avance de los supermercados y la concentración económica.
La empresa tenía las instalaciones que todavía se ven junto a las vías en avenida Moreno y salida a Sarmiento, plantas de silos y un galpón en Buenos Aires en el que se acopiaba toda la mercadería para luego distribuirla con vendedores propios en Capital Federal y Gran Buenos Aires. También contaba con representantes en las provincias que se ocupaban de la comercialización.
Pese a que la marca estaba consolidada a nivel país, las proyecciones que hacía Alberto Vizzolini no eran alentadoras. Hasta el inicio de la década del 90 la comercialización de las pastas se hacía un 70% entre mercados y kioscos y apenas un 30% en supermercados. En un proceso que se fue dando muy rápido, durante el segundo mandato del presidente Carlos Menem la proporción se invirtió y eso obligaba a la fábrica a un esfuerzo financiero muy riesgoso. “Nosotros cada vez teníamos más plata en la calle, porque los supermercados te pagaban a 90 días y nosotros teníamos que pagar el trigo a la semana, el celofán a los 20 días y los sueldos al mes”, recuerda Federico, que con poco más de 20 años estaba metido de lleno en la empresa.
“Mi viejo la vio venir y entendió que si no vendíamos, esa situación nos iba a llevar puestos, porque además los supermercados avanzaban cada vez más y tenían más exigencias para comprarte. Y fue lo que terminó pasando con otras fábricas. Es imposible para firmas familiares competir con multinacionales”, agregó.
En 1996 se concretó la venta de Vizzolini a Nabisco y comenzó un nuevo desafío para Federico. “Nosotros también nos dedicábamos a la producción agropecuaria, porque sembrábamos nuestro propio trigo candeal para la elaboración de las pastas. Y partir de desprendernos de la fábrica fuimos creciendo en esa actividad”.
Los Vizzolini decidieron comprar más hectáreas y se metieron de lleno en la ganadería. “Yo trabajaba tanto con agricultura como con la hacienda, pero siempre me gustaron más los animales”, indica. Y en esa dirección se apuntó el nuevo proyecto comercial – productivo.
Al poco tiempo Alberto se enfermó y Federico, con 27 años, quedó al frente de la empresa agropecuaria. Al fallecer su padre, en la división hereditaria le quedó un campo de cría en la Cuenca del Salado, sobre la ruta 11, en el partido bonaerense de Dolores y otro en Tres Arroyos.
Malele y El Cholo
En un principio con la incorporación de la estancia Malele, que consta de 12.000 hectáreas en las orillas de la Bahía de Samborombón, Vizzolini apuntó a cantidad sin ser exigente en la calidad de hacienda. “Queríamos llegar a un número de vientres y una vez que lo alcanzamos sí empezamos a preocuparnos por mejorar la calidad. Entonces comenzamos a seleccionar más las compras de los toros puro controlados y también las terneras que quedaban de reposición. Así se fue armando el rodeo de Arandú primero, y la cabaña”, cuenta.
“Todo eso no lo comprás con plata, no es un negocio llave en mano, lo tenés que ir haciendo a base de inversión y selección”, completa.
Justamente la cabaña fue un proyecto que nació a partir de la intención de mejorar la calidad de la hacienda que producía y también de darle un valor agregado. “Yo había arrancado a comprar toros de pedigree en los remates de La Segunda de Buus que Juan García asesoraba. Hasta que un día él (Juan) me propuso un proyecto que me interesó: Tres Marías quería vender algunas donantes y estaba buscando socios. Entonces me decidí a hacer la cabaña”, recuerda Federico.
En el inicio la cabaña, que está ubicada en el establecimiento El Cholo, en San Cayetano, tenía como objetivo producir toros de pedigree para uso propio y vender el excedente. Pero el resultado que empezaron a dar los toros hizo que hoy la demanda supere a la oferta. “Gracias a Dios no me alcanzan los toros para vender, lo que sale a la venta, se vende. Y a veces hasta yo tengo que salir a comprar toros para mi rodeo”, cuenta Federico.
“Hoy nuestro sistema está planteado para tener entre 130 y 140 animales entre macho y hembra y así lograr unos 80 toros, para vender 60 y quedarnos 20”, dijo.
En 2022, Arandú vendió 55 toros de pedigree en los remates de Rústicos de junio y septiembre. Y también en la subasta de primavera comercializó 35 toros puro controlados colorados. “Decidimos enfocarnos también en la venta de los colorados PC porque hoy no hay tanta competencia como en el negro”.
Federico define al toro de pédigree de Arandú como un puro controlado mejorado. “Nosotros producimos un animal de 800 kilos que lo podés largar en cualquier campo del país. Y también tenemos ese toro de entre 900 y 1100 kilos que va a las exposiciones y que generalmente algún cabañero lo compra como padre”.
Va por más
En Malele está todo el rodeo puro controlado; en San Cayetano están la cabaña y las vacas de pédigree; en Tres Arroyos el rodeo de pedigree, dividido en el que está a campo (con un lote de alrededor de 60 madres, más otro lote de 100 animales con facilidad de parto) y el plantelero, compuesto de vacas madres, receptoras y unas 40 donantes.
La relación con la agricultura se basa en el interés ganadero: en los campos de Arandú la empresa se encarga de sembrar lo que se destinará a la hacienda, maíz para picar, verdeos y pasturas. Mientras que las superficies dedicadas a la agricultura son explotadas por arrendatarios.
Hoy el rodeo de Malele ronda las 4.500 madres, más la reposición y los terneros. Y en el mediano plazo el objetivo es llegar a los 6.500 vientres. “Para eso vamos a traer de Malele a Tres Arroyos toda la vaquillona que se vende en los remates, le vamos a sacar hectáreas a lo que está alquilado para agricultura y usarlas para recriarlas. En el espacio que queda en Dolores la idea es incorporar en forma escalonada otros 2.000 vientres”, cuenta.
“Ese es el proyecto que trazamos con Luis, mi hijo que es ingeniero, y quien conduce junto al encargado el manejo del campo de Dolores”, explica.
Claro que el gran desafío que tiene el proyecto es mantener la eficiencia: “Queremos llegar a ese número de vacas pero manteniendo el 90% de preñez y destetando terneros de 220/230 kilos como hemos logrado desde hace unos años. Para eso hemos mejorado el campo y vamos a seguir haciéndolo. Sumar vientres y a costa de perder eficiencia sería engañarnos y un mal negocio”, analiza con lógica.
Rústicos
Federico siempre entendió el negocio ganadero como un rompecabezas integrado por varias piezas. Un de ellas, la que tiene que ver con el aspecto comercial, está relacionada con su participación en Rústicos, el grupo de criadores y cabañeros formado por Sergio Amuchategui que realiza cuatro remates por año para comercializar toros y vientres con consistencia genética y que se ha impuesto en el país ganadero.
Vizzolini y Amuchategui son amigos de toda la vida entonces se dio en forma natural que ante el nacimiento de Arandú como cabaña fuera invitada a participar en Rústicos. “Yo me sumé al grupo unos dos o tres años de que arrancó, y me sirvió mucho comercialmente. Porque Rústicos fue un impulso para Arandú que no era muy conocida en ese momento”, cuenta Federico.
El cabañero entiende que sigue siendo muy beneficioso integrar Rústicos porque, además de sentirse cómodo compartiendo el espacio con el resto de los criadores, la mayoría de Tres Arroyos y la región, sabe que es una fortaleza a la hora de la comercialización.
“Sergio hace un gran trabajo con el armado de los remates, trae sus clientes; y la firma Alfredo S. Mondino, que logra siempre buenas ventas, porque con su familia y sus representantes trae clientes de otras zonas a las que nosotros nunca hubiéramos podidos llegar si no fuera por él”, explica.
Exposiciones
La participación en las exposiciones más importantes organizadas por la Asociación Argentina de Angus es otra pieza clave para el desarrollo del proyecto porque obtener buenos resultados hace que el paso de los animales por las pistas sea una vidriera única. En ese sentido, 2022 fue un año inolvidable para Arandú.
La cabaña tresarroyense consiguió el Tercer Mejor Macho en Palermo; se quedó con la Reservada Gran Campeón Ternera en lo que fue la 22ª Exposición del Ternero Angus en Olavarría; y obtuvo el Segundo Mejor Ternero en la Exposición Angus del Centenario. A eso hay que sumarle que terminó como cuarta mejor cabaña en el circuito de exposiciones organizadas por la Asociación.
“Las exposiciones son una vidriera y los premios ayudan a ir consolidando la marca. Y si bien Arandú ya estaba consolidada desde lo comercial, porque nos compran criadores y cabañeros de todo el país, nos faltaba pisar fuerte en las exposiciones de peso. Y este año lo logramos. Lo que logramos en Palermo fue sublime”, cuenta Federico.
Mientras recorre en su memoria lo que fue la evolución de la empresa, el crecimiento y la consagración en las exposiciones, Federico necesita frenar y aclarar dos cuestiones. La primera, la importancia del equipo de trabajo. “Tenemos muy buena gente en los tres campos, y eso hoy es lo más difícil de conseguir porque escasea el recurso humano. Nosotros seguramente hoy tenemos más personal del que necesitamos, pero lo que buscamos es que los más experimentados vayan formando a los ingresan y así lograr en su momento el recambio”.
La segunda, que como siempre le dijo su padre, todo proyecto para que sea exitoso tiene que planificarse a largo plazo y partiendo de invertir. “Este año comercialmente no nos fue bien, vendimos más animales que nunca, pero con valores de un mercado malo. Pero no por eso vamos a dejar el proyecto ni cambiar el rumbo”.
Con la mirada puesta en el mediano y largo plazo, Federico entiende que “el desafío más grande que tenemos es mantener la marca y la clientela. Tenemos que cuidar lo que hemos conseguido. Y para eso sabemos que debemos trabajar igual o más de lo que lo venimos haciendo hasta ahora”.
Así llegó hasta acá y gracias a ese trabajo logró que el apellido Vizzolini se empiece a asociar con la ganadería además de ser recordado por sus pastas. “Algo de lo que mi viejo estaría muy orgulloso”, insiste Federico. Y orgullo es lo que le da él la manera en que se está logrando: “Esta es una empresa familiar de la que forman parte mi mujer y Luis y Braian, mis hijos, ¿qué más puedo querer?”.
Entonces, en un año comercialmente complicado, el balance a Arandú igual le da en verde. Porque hay cosas que el dinero no puede comprar.