A meses de cumplir 90 años de un recorrido forjado a base de trabajo tranqueras adentro y una conducta intachable tranqueras afuera le llegó el merecido reconocimiento: fue distinguido como Agricultor Pionero en la nueva edición de la Fiesta Provincial del Trigo. “Hubo momentos muy duros y siempre de muchísimo esfuerzo. No hubiera logrado nada si no fuera por mi familia”, dice
Al verle la mirada vidriosa de la emoción en el momento de agradecer que haya sido elegido Agricultor Pionero en esta nueva edición de la Fiesta Provincial del Trigo, queda claro que el campo le dio otra satisfacción a Tilo. Una más. Más bien, esta se la ganó él.
Tilo es Albino Héctor Di Marco. En realidad pocos lo conocen por sus nombres, él siempre fue Tilo, así, a secas. Y no sabe por qué le pusieron así. Lo que sí saben todos los que lo rodean es que Tilo es sinónimo de campo.
“El 1 de agosto va a cumplir 90 años y hasta hace unos meses iba solo a encargarse de la hacienda y hasta andaba arriba de los molinos”, cuenta su hijo Javier. No lo hace a modo de reto, sino de admiración.
“Yo sé que voy a cumplir 90 años, pero si no me muevo, si no voy al campo me deprimo”, cuenta Tilo. Es cierto que ya no anda arriba del molino, pero bastante seguido va a El Cencerro, su establecimiento ubicado a 15 kilómetros de Cascallares junto a Javier y su nieto Facundo, se sube a su S-10 y recorre las vacas, los terneros, los novillos, corre el eléctrico, arregla algún alambrado. “El campo es mi vocación, es mi vida”, dice como para justificarse.
El Porvenir
Tilo es hijo de un inmigrante italiano que tras llegar al puerto de Buenos Aires trabajó primero en un campo de Cabildo, luego de Chaves y finalmente recaló en Tres Arroyos. En el establecimiento El Porvenir, en La Tigra, crió a sus seis hijos. Salvo uno que eligió estudiar y ser farmacéutico, el resto se dedicó a ayudarlo en el campo.
“A mí me mandaron a hacer la primaria de pupilo en el colegio de curas, pero no me gustaba nada. Entonces, a eso de los 11 o 12 años fui y le dije a mi papá que no quería estudiar más. Yo sabía que me iba a costar mucho y que iba a sentirme un fracasado toda mi vida. Yo me quería ir al campo”, cuenta. “Mi papá me advirtió: ‘pero vas a tener que trabajar’. Le dije que sí, que iba a trabajar”, recuerda.
Y se fue nomás. Pero no la tuvo fácil. “Los primeros años fueron durísimos. Nunca pensé que iba a ser tan difícil el trabajo. Me tenía que levantar a las tres de la mañana para echarles los caballos a los bolseros que hacían la cosecha. Para esquivar el calor arrancaban bien temprano a trabajar”, cuenta sobre sus inicios.
“Mi mamá le decía a mi papá que les pagará un poco más a los bolseros para que se echaran ellos los caballos y yo pudiera dormir más tiempo, pero él siempre dijo que no. ‘Lo tiene que hacer él’, contestaba”, repasa Tilo. En el resto del día, estaba encargado de recorrer a caballo el campo y solucionar lo que hubiera que solucionar. Entre una cosa y otra, nunca podía acostarse temprano. “Terminaba durmiendo tres horas nada más”, cuenta.
Así se le grabó a fuego que nada se consigue sin sacrificio.
La familia tenía una sola camioneta y para usarla para ir al pueblo a distraerse tenía muy pocas chances. “A mi papá no le gustaba darla y además me tenía que turnar con mis hermanos. Así que a mí me tocaba cada dos meses más o menos”.
Más tarde fue “ascendido a tractorista” y las jornadas arrancaban a las 5 de la mañana y terminaban a las 9 de la noche. Primero comandó un Case de ruedas de hierro, luego pasó al Hanomag.
Pasó el tiempo, su papá decidió retirarse y Tilo conformó una sociedad con sus cuatro hermanos, y llegaron a trabajar más de 2.000 hectáreas. Una gran majada de 2.000 ovejas, un rodeo de 150 vacas y los lotes de trigo, cebada, lino y maíz eran su paisaje cotidiano.
Hasta que llegó el momento de la separación porque la familia se iba agrandando y era complicada la organización. Fue en 1977, y otra vez volver a empezar.
Su lugar en el mundo
“En la división a mí me tocó un pedazo de campo, El Cencerro, que eran 340 hectáreas, un tractor y un arado. Me costó mucho progresar porque no tenía plata para comprar herramientas”, explica. La falta de implementos Tilo la enmendó con más horas de trabajo y así empezó a progresar.
En 1982 y con apenas 12 años comenzó a ayudarlo su hijo Javier. El tampoco quiso seguir estudiando y eligió irse al campo. La que sí se inclinó por los libros fue su hija Claudia, que tras irse a estudiar psiquiatría se radicó en la localidad de Verónica.
De a poco, a fuerza tiempo en los lotes y con la hacienda, y una administración muy estricta, Tilo y Javier fueron progresando. “El trabajó mucho de muy chico, también le tocó madrugar. Y mi señora fue fundamental para que creciéramos y mejoráramos”, dice sobre Marta, su compañera con la que ya lleva compartidos 60 años.
“Mi viejo casi no tenía vacaciones, porque cuando terminaba la cosecha se quedaba haciendo los barbechos. Siempre fue un excelente agricultor y por eso tuvo los resultados que tuvo”, asegura Javier. “Nunca dio un paso entero, a la hora de crecer, siempre dio primero medio paso, y después sí, cuando todo estaba encaminado, avanzaba la otra mitad”, grafica sobre la austeridad con la que siempre se manejó su papá.
Haber arrendado durante 22 años el campo de un vecino es prueba de que Tilo se comportó bien tranqueras adentro y también tranqueras afuera.
“Hemos pasado muchas malas con el clima. Tuvimos sequías, granizadas y hasta fuego. A un vecino se le empezó a quemar el campo y se nos vino a nosotros, perdimos el casco y un lote de 80 hectáreas de trigo”, recuerda uno de los momentos más difícil que tuvo que atravesar.
“Mi vida fue muy dura”, reconoce sin ánimo de victimizarse. “A mí me hubiera gustado que disfrutara más. Pero él siempre fue igual”, dice Javier. “Lo lindo de su historia y de la mía también es que pudimos crecer y progresar en familia. Porque ahora está mi hijo Facundo trabajando conmigo, lo estoy haciendo como mi papá me hizo a mí. Pero yo no soy tan buen maestro como lo fue él, no le llego ni a la mitad”, asegura Javier.
Los nietos Luca y Matías completan la foto familiar que muestra con orgullo Tilo.
Un señor productor
Uno de los motivos por los que fue propuesto como Agricultor Pionero, más allá de su historia bien campera, es que siempre fue un excelente productor. “El fue uno de los primeros en implementar la siembra directa en esta zona. Se inició mi primo y nosotros lo seguimos”, relata Javier.
“Ha sido un productor abierto a las nuevas tecnologías y probar, a ir para adelante. Empezó a probar la urea cuando muy pocos lo hacían, fue uno de los primeros en comprar una fertilizadora. Se adaptó toda su vida a los cambios”, agrega.
“Siempre trabajó campos mixtos, de poca calidad, y le sacó los mejores resultados posible. Si hubiera estado en suelos buenos hoy tendría el doble de lo que tiene”, completa el hijo anta la mirada del padre.
Los caballos son la otra gran pasión de Tilo. Llegó a tener una tropilla de 120 animales. “Tiene un don que yo no se lo he visto a nadie. Caballos que no servían para andar, que eran malos, que iban directamente para doma, él los hacía andar. Les hablaba, los acariciaba, y los terminaba andando”, relata Javier.
“Hasta hace un par de años todavía montaba”, cuenta Tilo antes de cerrar la charla.
Para la despedida, Tilo deja los agradecimientos: “A los consejeros de la Cooperativa Agraria, que es mi segunda casa, que me propusieron como Agricultor Pionero. Y a mi familia, en especial a Marta”.
Mejor final, imposible.