Para producir el cultivo, la Argentina emite 58% menos gases de efecto invernadero que la media del resto del mundo. En un contexto internacional que demanda más alimentos y energías ‘verdes’, nuevas posibilidades económicas, ambientales y sociales se abren para el país
En poco más de una década, el maíz se convirtió en el cultivo más cosechado de la Argentina, incluso superando en cantidad de toneladas a la soja. Este crecimiento motivó interrogantes acerca de sus eventuales impactos en el ambiente. En particular, el interés se enfocó en conocer la ‘huella de carbono’ del maíz, una medida de la cantidad de gases de efecto invernadero (GEI) que se emiten al producirlo. Fernando Vilella, docente de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), presentó un informe del INTA y el INTI que ubica a la Argentina como líder de la tabla mundial de países con menor huella de carbono del maíz. Sobre esta base, y con un enfoque bioeconómico, el docente profundizó en las múltiples ventajas para el territorio que brindaría industrializar el maíz.
“Cuando hablamos de la huella de carbono de un cultivo, el maíz en este caso, nos referimos a la suma de los distintos gases con efecto invernadero que se emiten al producirlo”, dijo Vilella, quien también es director del Programa de Bioeconomía de la FAUBA.
Y añadió: “La huella de carbono incluye el proceso productivo total del producto. Para calcularla, abarcamos, como se suele decir, ‘desde la cuna al cementerio’. O sea, incluimos desde los insumos usados y su elaboración, hasta que el alimento a base de maíz —en este caso— es consumido, incluyendo el transporte. Lo importante es que se realiza en base a estándares ISO y a las recomendaciones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, lo cual permite comparar y mejorar procesos productivos”.
En este marco, el docente de la FAUBA informó a Sobre La Tierra los resultados de un trabajo que realizaron Rodolfo Bongiovanni y Leticia Tuninetti, profesionales del INTA y del INTI, respectivamente, presentado en el Congreso MAIZAR 2023.
Otra estrella en la camiseta
“La Argentina tiene el maíz con la menor huella ambiental del mundo. Como cada gas tiene un efecto ambiental distinto, para sumarlos usamos una unidad común, que se llama ‘kilo de dióxido de carbono equivalente’. La huella de C del maíz argentino es 1.246 kg de CO2 equivalente/ha. Si lo comparamos con el promedio mundial, que es 2.950 kg de CO2 equivalente/ha, se ve que estamos un 58% por debajo del resto de los países productores”, sostuvo Vilella.
Y remarcó que, en esa línea, la comparación con los productores líderes habla por sí sola: “Estamos un 27% por debajo de Estados Unidos, un 52% debajo de Brasil, un 57% debajo de China y un 48% debajo de Canadá. Son valores muy promisorios”.
Las claves del éxito
Según Fernando Vilella, hay dos razones que explican la baja emisión de GEI del maíz. La primera es la siembra directa, una tecnología en la que se apoya buena parte de nuestro sistema de producción de granos. Su impacto ambiental es reducido porque requiere quemar menos litros de gasoil que las labranzas tradicionales. “El trabajo presentado en MAIZAR mostró que en la campaña ‘21/’22, la huella de las labores en la Argentina fue 0,019 kg de CO2 equivalente/ha”.
“Las tasas de fertilización en nuestro país no reponen los nutrientes extraídos, y ese es un punto a considerar”, advirtió Vilella
La segunda clave que indicó el docente es el bajo empleo de fertilización nitrogenada en este cultivo. Esos fertilizantes emiten gases de efecto invernadero más potentes que el CO2. Otros países aplican más kilos por hectárea que nosotros, y eso es decisivo para las emisiones de GEI. “En la campaña ‘21/’22 en la Argentina, la huella de carbono de la fertilización nitrogenada en maíz fue solo 0,058 kg de CO2 equivalente/ha”, aseguró el docente de la FAUBA, y puntualizó que, sin embargo, las tasas de fertilización en nuestro país no reponen los nutrientes extraídos, y que ese es un punto a considerar.
Más allá del plato de polenta
“La baja huella de nuestro maíz se traslada a los productos que se elaboran con él. Por eso, industrializarlo haría posible generar complejos industriales, desde los alimentos hasta las bioenergías. El caso del etanol es claro. El que producimos en la planta de ACA BIO en Córdoba se exporta a Europa. De hecho, somos unos de los pocos que entran en la Unión Europea con este combustible porque cumple con un requisito muy exigente en cuanto a bajo impacto ambiental”, puntualizó Vilella.
Fernando observó que hoy en la Argentina sobra maíz y falta capacidad para transformarlo, y que se importa nafta premium por cerca de 2.500 millones de dólares anuales. “Sin embargo, si pudiéramos llevar el corte de nafta con etanol al mismo nivel que Brasil, un 27,5%, e instalar en las zonas maiceras una decena de plantas como la de Córdoba, se podría duplicar la facturación anual de bioetanol a 944 millones de dólares y generar entre 2.000 y 8.000 puestos de trabajo”.
“Como parte del mismo proceso, el subproducto que queda luego de elaborar el etanol permitiría aumentar la oferta interna de alimentos para tambos y feedlots en 37% y 40%, respectivamente. Con la producción porcina ocurriría algo parecido. Esto supone un ahorro neto de divisas de 870 millones de dólares anuales y un gran aporte en materia ambiental, ya que se emitiría un 70% menos de gases de efecto invernadero”, explicó el docente.
Generar una marca país
Para Vilella, “los datos que se expusieron en MAIZAR permiten esperanzarse. Por eso, la idea que quiero remarcar es que la Argentina debería generar una estrategia para posicionarnos como una marca país, dejando en claro que los productos de nuestros sistemas productivos son los más ‘amigables’ con el ambiente a nivel global”.
En esta línea, destacó una encuesta realizada en 2021 por el IBM Institute for Business Value a 19 mil consumidores de todo el planeta -también mencionada en el informe- en la cual el 50% manifestó haber pagado hasta un 59% más por productos comercializados como ‘sustentables’ o ‘socialmente responsable’.
“Por todo esto, estoy seguro de que hay mucho para hacer si somos conscientes de la relevancia de lo que estamos conversando. Industrializar el maíz contribuirá a solucionar problemas económicos, ambientales y sociales. Y en este sentido, quiero destacar la imprescindible función de la Universidad en la generación de nuevos conocimientos y profesionales que ayuden a incidir en las estrategias y políticas públicas a futuro”, concluyó.
Por Pablo Roset / SLT-FAUBA