Omar González trabajó toda su vida en el establecimiento de la familia Queipo, donde también tuvo su tambo. Hoy, con 88 años, y ya jubilado, las tardes las sigue pasando en la chacra. Un paseo por la vida de Cacho, reconocido como Peón Rural en la Fiesta del Trigo
A Cacho la semana pasada el cardiólogo le dijo que se tenía que cuidar, que no tomara frío y que evita mojarse. En noviembre cumplió 88 años. No los parece, pero los tiene. Posiblemente en el invierno, entonces, será momento de que interrumpa al menos algunos días la rutina que lo acompaña desde siempre: ir al campo de la familia Queipo.
Omar González es el nombre que figura en el DNI de quien ha sido distinguido como “Peón Rural”, en los tradicionales reconocimientos que se entregan en el marco de la Fiesta Provincial del Trigo. Pero para todos es Cacho. “Nadie me conoce por mi nombre”, dice.
“Es un lindo reconocimiento el que me han dado”, cuenta. “Estuve más de 70 años en lo de Queipo, un campo que queda en San Martín al fondo, a una legua. Trabajé como peón y también por mi cuenta, ahí tuve mi tambo”, explica.

A Cacho lo contrató Manuel Queipo, fallecido en la década del 70’, y es uno de sus hijos, Roberto, el que lo pasa a buscar todas las tardes para llevarlo al campo. “Cuando empecé a trabajar, que tenía 15 años, iba a caballo, y hasta caminando llegué a ir. Empecé porque me llevó un tío”, cuenta con una sonrisa.
De aquellos primeros viejos tiempos recuerda haber sido cosedor de bolsas de una trilladora, “cuando la cosecha duraba un mes y trabajaban más de 20 personas”.
En el campo vivió sólo el primer año que se casó, cuando Rosa quedó embarazada, se volvieron al pueblo y se instalaron en la casa de avenida Ameghino, donde criaron a Marcela. “Hoy me toca estar solo, mi hija ‘falta’ desde hace 14 años -me la llevó un cáncer-, y mi señora falleció en enero del 22. Por eso me gusta ir al campo, allá me distraigo”, indica con los ojos vidriosos de la emoción.
“Cuando carneábamos un chancho lo traía para casa y ella hacía los chorizos todo sola, y ¡qué chorizos!”, recuerda una de las actividades que compartía con Rosa. “Yo en realidad sólo le daba a la manija, hacía todo ella”.
Los dos nietos que le dejó Marcela lo ayudan a transitar el día a día. “Estudian y trabajan en Bahía Blanca, los veo por el teléfono cuando viene mi yerno y los llama”, comenta.
Vivan las vacas
Lo de Cacho siempre fueron los animales. “A mi me gustaba trabajar con la hacienda y en el tambo. Los fierros nunca me gustaron. Anduve 70 años de lechero, llegué a sacar 300 litros de leche por día. Y después hacía el reparto con un carro a caballo. Pero dejé de repartir cuando me casé”.

Luego de hacer el ordeñe diario de sus vacas, Cacho se dedicaba al cuidado de los animales de los Queipo. “Me acuerdo de la época que tenían ovejas y había que curarlas por la sarna, eso nos daba mucho trabajo. Y después siempre estuve con las vacas. Porque a las vacas hay que estarles encima todos los días. Si tenés animales, tenés que cuidarlos”, dice.
Y lo dice con conocimiento de causa: “Yo por el tambo no tenía libre ni los domingos. La vaca se ordeña todos los días”.
Cacho va a cumplir 20 años de jubilado, aunque mantuvo algunas vacas lecheras hasta antes de la pandemia. No las dejó por el Covid, sino porque se enfermó su compañera de vida y se dedicó a cuidarla. Fue en la única etapa que no fue al campo.