“Siempre era mucho el trabajo, pero uno lo hacía con gusto”

Enrique Alberto Cifuentes, distinguido como Productor Pionero en la 56ª Fiesta Provincial del Trigo, repasó sus 79 años hechos 100% a campo. Un testimonio de trabajo y de agradecimiento

Con toda una vida hecha en el campo, en el marco de la celebración de la nueva edición de la Fiesta Provincial del Trigo se decidió distinguir como Productor Pionero a Enrique Alberto Cifuentes. La elección fue impulsada por la Cooperativa de Cascallares, cuyos integrantes entendieron que este productor de 79 años sintetiza el espíritu del reconocimiento que se entrega todos los años durante la celebración triguera.

“Para mí es un orgullo esta distinción, estoy muy agradecido”, dijo con sencillez y humildad Enrique, quien sigue viviendo hoy junto a Nora Grippo, su compañera desde hace 54 años, en San Nicasio, el campo que es bordeado por el Río Quequén Salado a la altura de la cascada que tiene por nombre su apellido.

Campero

Enrique nació en un campo que sus padres arrendaban cerca de Oriente y unos meses después de haber cumplido un año se instalaron en el establecimiento en el que se crió y desarrolló como productor agropecuario. Hizo la primaria en la escuela de Cascallares y a los 11 años cambió el estudio por el trabajo de ayudante de su papá, Dionisio Cifuentes, quien se convirtió en su gran maestro.

“En esa época en el campo había de todo: ovejas, vacas, chanchos, gallinas, caballos. Se trabajaba todo a caballo. Era una vida dura, pero a mí siempre me gustó”, indicó Enrique, el único de los cuatro hermanos que decidió seguir los pasos del padre.

“Lo de trabajar en el campo se fue dando. Empecé con mi papá y llegó un momento en el que me independicé. Fui comprando herramientas como pude. Tuve que trabajar mucho afuera, por tanto, y también arrendaba toda chacra que salía como oportunidad. Así iba comprando lo que podía, las herramientas que me hacían falta, hasta donde me daba el bolsillo. No era fácil”, comentó.

Los recuerdos de los primeros tiempos lo ubican curando semilla junto a su mamá y luego llevándosela al potrero a su papa en el viejo tractor Simeca para completar las tareas de siembra. También eran tiempos de trabajar cuerpo a cuerpo con las ovejas con los baños contra la sarna. “Teníamos Lincoln y Corriedale, daban trabajo, es cierto, pero yo lo hacía con gusto. Siempre me gustó todo el trabajo del campo”.

Con el paso de los años, Enrique fue realizando más actividades y tomando más responsabilidades, hasta que llegó el momento de independizarse de Dionisio y hacer su propio camino. Parte en San Nicasio y parte en campos vecinos que pudo ir arrendando con el paso de las campañas, hasta llegar a trabajar alrededor de 1000 hectáreas.

“Eran tiempos difíciles porque no había plata, había que rebuscársela como se podía. Por suerte siempre tuve trabajo, arrendé muchos años La Mariana de los Echemendi, una familia que me apreciaba mucho y de la que siempre estaré agradecido”, aseguró.

Continuó con los trabajos con la hacienda vacuna y con los lanares, también; aunque reconoce que “siempre me gustó más la siembra”. Trigo, cebada y avena fueron los cultivos base, también intentó con él lino, dejándose llevar por su curiosidad y ganas de innovar. “Justo fue la seca de 1962, la peor que me tocó vivir, no coseché ni un carro”, recordó.

Más acá en el calendario empezó a sembrar girasol (poco) y algo de soja. El maíz siempre estaba presente porque era utilizado para alimentar a la hacienda.

Innovador

“Siempre traté de ir atrás de las novedades e incorporando nuevas tecnologías. Me manejé con el asesoramiento de ingenieros, empecé a aplicar fertilizantes e intenté ser lo más eficiente posible”, explicó.

Así pasó de la siembra convencional a la directa y adoptó el uso de equipos de lo que era una incipiente agricultura de precisión. Y tal cual hizo desde que comenzó, complementó su actividad de productor desempeñándose como contratista de siembra y cosecha. Así, además de hacer las labores de sus cultivos, trabajó con sus vecinos principalmente de las zonas de Oriente, Irene y Aparicio.

Cooperativo

Toda la vida en el campo y toda la vida en la Cooperativa de Cascallares, entidad de la que su padre fue uno de los socios fundadores. “La cooperativa siempre ha sido un respaldo fundamental para mí, y me ayudó cuando lo necesité”, agradeció.

“Mientras pueda voy a seguir en el campo, ¿dónde mejor? A mí me gusta acá”, aseguró refiriéndose a San Nicasio, donde trabajó toda su vida, crío junto a Nora a su hija Mónica y cada tanto sigue recibiendo la visita de sus tres nietas y de su “nieto del corazón”.

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